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** MyS DioSeS **

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** SuS úLTiMoS MoMeNToS JuNToS ... aSí De RePeNTe **

domingo, 11 de mayo de 2008

** CuaRTo MiLenBLoG... **

Como os habeis dado cuenta hace ya unos días que no publicaba... y ahora no por el ordenador, bueno si en cierto modo pero no al ordenador que tenia entes...pues supongo que ya sabreis que tengo ya ordenador nuevo... y esto va como la seda... ( normal co tantos GB de disco duro... ¬¬ ) tendría que tener más motivos para publicar más a menudo y no lo niego... pero claro !!! el tener ordenador nuevo como ya sabreis supone también... instalar programas... agregar las paginas que tenia guardadas en favoritos ( que no eran pocas... ni mucho menos ) ¬¬ y un largo etc, pues ahora que el aparato es nuevo intento hacerlo todo con más calma, y más despacio, pues no quiero meter en el ordenador programas y cosas innecesarias que me dejen ocupar espacio indeseado en el disco duro...

asi que espero que me perdoneis chicas... Ya me queda menos para terminar de instalar todas las cosas, espero ponerme al día muy prontito... mientras hoy os dejo la entrada de nuestro cuarto milenio , que como ya sabeis las hago los domingos al igual que el propio programa. Y ya sabeis si me quereis mandar vuestras leyendas, videos o fotos desfiguradas y tal hacedlo a esta dirección:

pichulina_22@hotmail.com

Os dejo con un relato que ami al menos me gustó muchisimo... espero que os guste a vosotras también... ¬¬


1983

La mañana del diecinueve de noviembre de mil novecientos ochenta y tres
el señor Francisco Castro Palomar, de cuarenta y siete años, en aquel momento
parado, se dirigió al colmado del pueblo a comprar los productos que su mujer
Mercedes le había redactado en letra ilegible en los bordes de la prensa del día
anterior. Era una lista breve, no haría falta más de dos bolsas de plástico para
cargar con ella y entre lo cercano del establecimiento y el aire frío que no invitaba
al paseo agradable, en no menos de veinte minutos podría estar de regreso para
que a ella le diese tiempo de preparar la comida. Sin embargo los veinte minutos
se convirtieron en cuarenta y éstos aún en una hora en la que junto a lo extraño de
la ausencia prolongada hubo que añadir el paso por la calle vacía de una mujer
gritando algo que Mercedes no logró entender. Esta exclamación, junto al vacío
que se respiraba en el ambiente, algo que la mujer, parca en cultura y palabras,
nunca hubiese sabido explicar, acaso hubiese dicho que era como si llevase horas
encerrada en un cuarto pequeño sin ventilación, pese a que su hogar era de
estancias de paredes amplias y techos altos.

Francisco, o Paco, como era conocido por los suyos, era un hombre bueno
y afable, de constitución robusta moldeada en el campo en jornadas interminables
de mañana a noche. Era padre de dos hijos que hacía seis años habían emigrado a
estudiar en la ciudad, dos vástagos que sin renegar de sus orígenes eran cada vez
más contadas y espaciadas las visitas que les hacían. Paco, de carácter afable,
amigo de sus amigos y siempre sonriente, era conocido por su poca afición al
fútbol, algo inaudito entre los hombres del lugar, y su mal perder con las cartas,
único factor que borraba la sonrisa de su rostro y del que él era el primero que reía
cuando pasaba la nube negra de la derrota. No se le conocía enemigo ni
malentendido que no hubiese arreglado con templanza y si bien era tan poco santo
como un hombre ordinario podía serlo, sí era una buena persona para todo el
mundo, incluido Tomás, el guardia civil que llamó a la puerta de Mercedes.

La esposa se llevó una mano al pecho. Mi Paco, qué le ha pasado a mi
Paco. Pero la mirada de Tomás, que anunciaba desgracia, detonaba un rastro de
culpabilidad que Mercedes, sin entender como tal, sí recibió como que algo había
sucedido con su marido, pero no especialmente a él.
Mientras tanto, el protagonista omiso estaba en la celda de la comisaría del
pueblo, sentado en un frío banco de madera, piernas abiertas y brazos apoyados
sobre ellas, manos unidas entre las rodillas. Tenía la cabeza agachada, no tanto
con sentimiento de culpabilidad como de, hubiera dicho cualquiera, descanso. Se
le veía tranquilo y relajado, como si al fin se hubiese quitado de encima la dura
losa que había cargado durante tanto tiempo.
Los testigos de los hechos, el propietario del colmado, la madre del niño y
una anciana que hacía cola tras Paco, coincidieron en los detalles con una
minuciosidad que anuló los efectos del silencio con el que el acusado respondió a
todas y cada una de las preguntas que hizo el magistrado. Quizá fuese esta actitud
la que contra todo pronóstico decantó la balanza de la justicia hacia el lado penal.


Los argumentos de la defensa en pos de una enajenación mental transitoria no
fueron suficientes y la sentencia no tuvo paliativos. El acusado fue condenado a
setenta y tres años de prisión pena que con el paso de los años y la conducta
intachable del encarcelado se redujo a veintitrés años y dos meses y seis días de
tiempo real entre rejas. El veinticinco de enero de dos mil seis Paco, ya cumplidos
los setenta, abandonó la cárcel una tarde nublada que amenazaba tormenta.
Cargaba una maleta con sus escasas pertenencias y caminaba sin prisas, creía que
nadie le esperaba y tampoco ansiaba reencontrarse con un mundo al que había
dado la espalda desde aquella mañana. La monotonía controlada de la celda, con
las partidas de cartas programadas y los horarios establecidos, habían acabado por
sustituir la falta de libertad por una falta de interés general cuya sombra había
cubierto todas las motivaciones de su vida de antaño. Pero en lo primero se
equivocaba. Frente a la verja principal, abierta para él a modo de despedida, se
encontraba un chico joven de unos veinticinco años y aspecto extranjero, cabello
y ojos claros, piel pálida, que le estaba esperando.


-¿Señor Castro? –le tendió la mano libre, que Paco apretó con frialdad,
despreocupado como si no fuese él quien la estuviese estrechando. En la otra el
chico sostenía una carpeta de la que sobresalían folios por los laterales. –Soy
Edward McNitt. Quisiera hablar con usted. ¿Hay algo a lo que le pueda invitar?
El hombre miró al chico. Era tan evidente lo nervioso que estaba que a
duras penas podía tenerse en pie del modo en que le temblaban las piernas.
Parecía que todo era una exageración para que no hubiese ninguna duda sobre la
tensión del chico y, así, que el trato fuese más afable entre ambos. No hubiera
sido necesaria la representación, si bien lo más probable es que no hubiese nada
de teatral en su actitud; en verdad sí había algo que le apetecía tomar.
-Un café. Me refiero a un café que sepa a café.
El chico se ajustó la montura de las gafas y asintió con una rotundidad que
no mostraba alegría ni sorpresa ni alivio ni preocupación, como si la respuesta de
Paco hubiese sido la única posible.

Ninguno de los dos estaba familiarizado con la ciudad por cuyas calles
transitaba el vehículo alquilado. Ambos buscaban un bar adecuado por las
ventanillas con la mirada del turista ocasional que se sorprende tanto por una
fachada original como por la aparición de un parque frondoso en el desierto de
cemento.
Escogieron un bar pequeño, barato, de limpieza superficial y mesas vacías
salvo por los clientes fijos, un grupo de ancianos que jugaba al dominó en el
rincón más alejado. Pidieron dos cafés que el joven llevó de la barra a la mesa en
la que esperaba Paco. Tras el mostrador, justo cuando se sentaron, se deslizó
rodando una pelota que pasó bajo las mesas hasta los pies de la pareja. El chico se
agachó y la recogió. Era una pelota de goma con el relieve de los países del
mundo. Las cortinas que comunicaban con la despensa se abrieron y salió una
niña de unos cuatro años que comenzó a buscar por el suelo hasta que vio que
Edward la sostenía en su mano. Fue hacia él, la cogió y volvió a su guarida sin
decir nada. El chico miró a Paco de reojo con ansiedad reprimida, con la tensión
de que algo hubiese escapado a sus planes. Cuando miró el interior desde la calle
no contó con encontrar una niña, si bien no parecía que eso hubiese afectado a su
invitado, más pendiente en oler el aroma del café con las manos rodeando la taza
que en lo que les rodeaba.

El origen de los nervios del chico, acaso acrecentados con la incursión
momentánea de la pequeña, databa de aquella fría mañana de noviembre. No
recordaba nada, apenas tenía dos años, pero años después supo que su madre le
fue a buscar a la guardería y le abrazó con más fuerza si cabía de lo mucho que le
abrazaba cada día, no importase que no fuesen más de tres horas las que les
mantenían distanciados, el tiempo justo para que pusiese al día el papeleo de la
editorial para la que trabajaba como agente libre. También sabría años después
que el motivo de la efusividad se debía a una desgracia que había sacudido los
cimientos del pueblo, un crimen horroroso que apareció en todos los medios de
comunicación del estado de Georgia e incluso en algunos, los que menos, de
ámbito nacional. Thomasville apareció en el mapa para muchos norteamericanos
que, incrédulos, se llevaron las manos a la boca por no gritar y a los ojos por no
mirar cada vez que aparecía la fotografía del pequeño Timmy, dos añitos, una
criatura risueña de ojos almendrados y cabello dorado peinado al estilo paje.
La gran superficie comercial que se encontraba en la intersección de hasta
tres pueblos de la zona acababa de estrenar la sección dedicada a adornos
navideños y la madre de Timmy, de baja laboral por un esguince de codo del que
estaba a punto de recuperarse del todo, decidió que pasear entre guirnaldas
plateadas y figuras para decorar el árbol sería una buena manera de pasar la
mañana. Qué compraron, Edward no lo había leído en ningún artículo relacionado
con el caso, a ningún periodista le habría parecido trascendente. Como fuere, se
encontraban en la concurrida cola cuando sucedió la tragedia. Estaba a punto de
llegarles el turno, ya estaban junto a la mesa en la que la chica pasaba los
productos por el sensor, cuando Jonas Stevenson, de treinta y dos años, sin mediar
palabra, aplastó repetidamente la cabeza del pequeño Timmy, a quien tenía
delante en la cola, contra el borde de la mesa metálica sobre la que estaba la caja
registradora, provocándole una hemorragia interna de la que no se pudo recuperar.

La gente que conocía a Jonas hablaba de una persona delicada, un punto
amanerada, de mucha vida interior. Creativo, pintor de pincel que trazaba paisajes
con delicadeza, siempre mejorando la belleza de los terrenos áridos que rodeaban
la parcela de su familia, nadie jamás pudo explicar el por qué, no el juez necesitó
más argumentos que las lágrimas de una comunidad mutilada para aplicar una
sentencia de muerte que se ejecutó el cuatro de octubre de mil novecientos
noventa y ocho. A la tumba se llevó Jonas sus razones, jamás pronunció palabra
relacionada con el crimen, y de la tumba salieron leyendas urbanas y miedos
colectivos que atizaron a toda una generación a la que pertenecía Edward, que,
titubeando, trata de encontrar las palabras adecuadas para acabar el relato de los
hechos.
Nos afectó a todos. No es que tuviésemos miedo cada vez que nos
poníamos en una cola, frivolizó, pero casi. No soy el único del pueblo que creció
marcado por aquello, explicaba con un marcado acento extranjero pero exquisito
vocabulario. Pero reconozco que puede que sea el único que se obsesionó. Paco
escucha en silencio. No altera su rostro ante nada de lo que dice el chico, que en
dos ocasiones piensa que tal vez no se esté explicando bien. Estaba narrando en
ese momento cómo se especializó en el cine de terror y en los crímenes reales,
siendo el intocable de la lista el del pequeño Timmy, tanto por proximidad como
por su relación afectiva con el caso.

Resumiendo, afirmó, aunque Paco no había abierto la boca ni mostrado
cansancio alguno. Hace tres años, navegando por páginas especializadas, descubrí
su caso. Las similitudes entre los dos hechos son tan desconcertantes se mire bajo
el prisma que se mire que es irrefutable pensar en coincidencia. Lo más increíble,
afirmó Edward, quizá aquí relajando el tono del discurso, es que a tenor de lo
mucho que he buscado por todas partes, nadie se haya dado cuenta. No aparece
mención alguna que relacione los dos hechos, repite esta palabra neutra escogida
a conciencia, cuando mire, incluso coinciden las fechas, diecinueve de noviembre
de mil novecientos ochenta y tres, doce y veinte de la mañana, sólo que a miles de
kilómetros de distancia y con siete horas de bagaje horario.
Silencio. Edward suspiró como si acabase de hacer el esfuerzo físico más
agotador de su vida, Paco dio un último sorbo frío al café. Edward esperaba algo
que no iba a llegar, un comentario, una reacción a esta dualidad que escapaba a la
lógica. Sería que contaba con eso, sería que necesitaba un refuerzo visual como as
en la manga. Coge la carpeta que tenía recostada a la pata de la silla y la abre.
Comienza a extraer documentos que distribuye sobre la mesa como un abanico de
información. Fotocopias de informes médicos, declaraciones judiciales, recortes
de prensa de la época escaneados. Si Paco se ha formado imágenes mentales de lo
que sucedió en Thomasville, ahora tiene la oportunidad de contrastarlas con los
protagonistas reales. Jonas Stevenson se muestra igual en las fotografías
familiares anteriores a aquella mañana que en las de la ficha policial y las del
momento en que fue partícipe de la pena capital. Era un chico que vivía con la
permanente sensación de estar a la espera de algo que ni él sabría muy bien qué
era. Abría los ojos como si siempre estuviese sorprendido, si bien nada de él hacía
pensar que el interior movido pudiese desembocar en una conducta agresiva.

Tenía el cabello separado por una línea que lo dividía en dos mitades simétricas y
un cuerpo desgarbado de hombros caídos y extremidades largas y delgadas. El
pequeño era la viva imagen de su madre, la misma mirada avispada, la misma
mandíbula recta que enmarcaba su rostro angelical. Llevo meses esperando este
momento, despierta Edward de la ensoñación en la que se han sumido perdidos en
las fotografías, meses contando los días en los que cumpliría condena y podría
hablar con usted. Es el único que puede aclarar algo, he viajado hasta aquí sólo
por este momento, sólo por poder preguntárselo.

¿Por qué lo hizo? ¿Tuvo una visión o escuchó una voz o…?
Paco retrocedió y las palabras quedaron flotando en el bar. Se encontró en
la cola, el propietario atendiendo a la madre del niño, éste en silencio al lado,
entretenido con la figura de un avión que hacía volar por el aire.
Necesito ir al lavabo, se escuchó decir. Edward, que estaba ligeramente
ladeado hacia delante, se echó hacia el respaldo de la silla, desencantado. Por
primera vez sus gestos mostraron una impotencia que hasta el momento había
sabido controlar.
La higiene de los urinarios estaban más descuidada que la del resto del
local. Paco se miró al espejo y tras las manchas que lo cubrían se enfrentó a sí
mismo como si mirase a otra persona. Fuera se escuchó la puerta al abrirse, gritos,
una silla caer. Cuando volvió a la zona de las mesas encontró la silla en la que
había estado sentado el chico vencida en el suelo. En la calle un coche negro
arrancó dejando tras él un rastro de humo y silencio. Tras el mostrador apareció el
camarero, mirándole con terror en los ojos. Paco cogió su maleta y abandonó el
bar en silencio, como había entrado. Caminando con lentitud, continuó su camino.

5 GoTiTaS De LLuVia:

Anairam dijo...

wow vaya leyenda urbana¿COMO LE HIZO PACO?acaso por telepatia?por poderes psqiicos?todavia sigue libre?gracias por esta entrega ha valido la apena la espera, gracias por la misma, despues d etanto tiempo, y te entiendo, mil gracias de verdad, solo queda el capi peros e pronto lo pondras, eres un sol,ya viste las fotos de Raúl en mi blog?esta guapisimo, ya puse links nueos en los videos y en rinconesde gente guapa, puse clubs de fans de raul, el video d emiki en fin varias cositas que seguro ya vistes, besos amiga graciasn por la entrada, al principio comoque me hice bolas porque no sabia que habia hecho paco pero ya despues viq ue fue un crimen, y al final lo volvio a hacer no?, bueno amiga gracias por la misma otra vez, besos y saludos pa todos,ani
pd te confieso que como me dijiste que ibas a poner la entrada hoy pues esa es la costumbre ya, acada rato me la pasaba entrando al blog a ver si ya la habias puesto hasta que porfin, creo una vez coincidimos online en el blog no se, pero al fin pude leerla, ahora si me despido despues de esta carta jajajajaja haber cuando platicamos vale' CUIDATE

Anairam dijo...

muchas gracias eri por tu comentario,que bueno que te gustaron las entradas y mira si ya habia checado los guapos que me habias dicho y si los puse todos,ya sabes con mucho cariño, besitos buen dia, te quiero mucho besitos

Anónimo dijo...

Joer erii que historia no?? buaaa se me han puesto los pelos de punta jeje pero el tio este aun sigue libre??

madre mia de donde sacas todas estas historias..

yo ya estoy mirando que encuentro para pasarte jeje para que lo publiques esta semana que biene.. jeje :P

bueno guapisima un besazo.. que ya hechaba de menos tus entradas!

un beso guapa te kieroooooo

Anairam dijo...

hola eri oye haber cuando te pasas por mi blog cuando tengas tiempo , añadi pór la tarde unos widgets bien padres son contadores de ciudades y paises que visitan tu espacio pa que si quieres los copies y pongas en tu blog y en el de mary vale? besitos,cuidate, dile a mary porfa que si nos podremos ver el fin d esemana pero de todos modos haber si mañana le mando un sms saludos ani

Anairam dijo...

Que hugo que? no nos puede hacer esto, por diios sin el s enos acaba la serie si ponen a otro ya no es igual, no la ava a hacer, se va pa bajo serie, por dios hayq ue manifestarse jajajajajaja, nos evmos amiga y no te preocupes que podemos resistir un poquito mas en esat angustia de nos aber qeu onda con el capi, d etodo lo que me estoy perdiendo por dios, pero vale la pena nos vemos bye bye

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